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Ignacio Larrañaga
EL POBRE
w
NAZARET
IGNACIO LARRANAGA
EL POBRE
DE NAZARET
EDICIONES PAULINAS
"Nada es como es,
sino como se recuerda".
RAMÓN DEL VALLE INCLÁN
® Ediciones Paulinas 1990 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
© Ediciones Cefepal. Santiago de Chile 1990
Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid
Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28960 Humanes (Madrid)
ISBN: 84-285-1329-5
Depósito legal: M. 10.785-1990
Impreso en España. Printed in Spain
Capítulo 1
Una larga noche
Subir a Jerusalén
HABÍAN transcurrido aproximadamente dos jornadas
desde que salieron de Nazaret. La primavera había esta-
llado silenciosamente, y el valle de Esdrelón era una al-
fombra verde y perfumada. Entre cánticos y alleluias,
los peregrinos habían avanzado durante dos días por
una ruta bordeada por una explosión de arbustos, reta-
ma, enebro, mirto, jara, todo reventado en flor, y tenien-
do siempre a la vista, a lo largo del trayecto, el macizo del
Tabor.
Familiares, vecinos y amigos de Nazaret, formando
una compacta caravana, se habían congregado en un
punto determinado de la aldea para partir todos juntos
en peregrinación hacia la Ciudad Santa. Y, después de
rezar dos salmos, habían partido, en efecto, alegremente,
como quien va a una fiesta, unos montados en sus ju-
mentos, otros a pie, y todos vestidos con sus típicos trajes
de peregrinos y calzando sandalias atadas con tiras de
cuero, y con suficientes provisiones para el viaje. La pe-
regrinación duraba aproximadamente cuatro jornadas;
y, jalonando el camino con bendiciones y cánticos, los
peregrinos habían penetrado profundamente en la que-
brada geografía de Samaría.
El viaje ya no era una aventura peligrosa, como en
otros tiempos. Unos años antes, Arquelao había sido de-
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puesto y, por primera vez, Roma había designado a un
Procurador. Los caminos estaban bien protegidos y de-
fendidos contra los eventuales asaltos, cosa muy fre-
cuente en aquella región.
Probablemente, era la primera vez que Jesús subía en
peregrinación a Jerusalén. Estaba por cumplir los trece
años, edad en que la Ley consideraba al israelita como
mayor de edad. Desde este momento, el adolescente era
considerado como
Bar Mitzáh,
condición social que le
permitía al joven leer el
Toráh
en público, pedir aclara-
ciones y expresar sus opiniones.
Por lo que luego sucedió en el templo, podemos con-
jeturar que el Adolescente tenía, para esta época, altas
experiencias espirituales, desproporcionadas para su
edad, y de una profundidad probablemente desconocida
hasta para sus propios padres, si tenemos en cuenta la
manera como éstos reaccionarían después, en el templo.
Un día, sus padres, después de haber deliberado entre
sí, se decidieron a invitar al Hijo a participar por primera
vez en la peregrinación. No sabemos qué sucedió en su
interior. Aves bulliciosas debieron alzar el vuelo en su
alma juvenil. Sensible como era, sus cuerdas debieron
entrar en una desusada vibración y, seguramente, vivió
los días precedentes a la peregrinación en un alto voltaje
emocional. Y aunque es verdad que el Padre habita en el
corazón del hombre y es ahí donde se debe adorar, para
la tradición israelita el Único reside en su templo, igual
que antiguamente en el Arca; y, por eso, es necesario
subir al templo de Jerusalén para adorarlo.
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Continuaron avanzando los peregrinos, y pasaron jun-
to a una colina escarpada, donde se alzaba la ciudad de
Samaría, que evocaba una historia dolorosa para el pue-
blo de la Biblia. Efectivamente, en el año 880 antes de
Cristo, el rey Omri, en una acción cismática, se despren-
dió del reino de Judá y fundó un nuevo reino, el de
Israel. Omri compró una abrupta elevación, que consti-
tuía una excelente defensa natural, a su propietario She-
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mer; y allí fundó y levantó la capital del nuevo reino, que
tomaría su nombre de su antiguo propietario, llamándo-
se Samaría. Durante casi ochocientos años esta capital
sufrió las más violentas alternativas, hasta que, finalmen-
te, el rey Herodes la fortificó y la dotó de suntuosos
templos y palacios, denominándola
Sebastos,
término
griego que significa
augusto,
en honor de Octavio César.
Recuerdos tristes para cualquier israelita.
Los peregrinos continuaron recorriendo el territorio
samaritano, atravesando el estrecho paso que se abre
entre los montes Ebal y Garizin. Se detuvieron, sin duda,
en Siquem, para calmar su sed y recuperar fuerzas. Y,
luego de varias horas de camino, surgió de pronto ante
los asombrados ojos de los peregrinos, como un sueño
de luz sobre el horizonte, la espléndida vista de Jerusalén,
abrazada por sus murallas; y, sobresaliendo como una
brillante visión sobre una colina, el templo herodiano en
todo su esplendor, visible desde muchas leguas a la re-
donda. Un anhelo incontenible, encerrado y cautivo en
sus galerías interiores, saltó a las gargantas de los pere-
grinos y estalló al unísono: ¡Oh Jerusalén! Y, enseguida,
de todas las bocas brotó también unánimemente el sal-
mo 122: "¡Qué alegría cuando me dijeron...!"
El Adolescente miraba y guardaba silencio. ¿Qué otra
cosa podía hacer? Un torrente no se puede canalizar por
un surco, ni encerrar un vendaval en una gruta, ni la
pasión del mundo meterla por el agujero de una flauta.
Sólo el silencio puede contener lo infinito. El Adolescente
miró y guardó silencio, y en su silencio se agitaron las
vastas corrientes de los mares, la vibración de las arpas
y el eco de los siglos, todo envuelto en la infinita ternura
del Padre. ¡Oh Padre!
Después de este desahogo emocional, los peregrinos
reemprendieron la marcha. Descendieron por los bordes
del monte hasta el arroyo Cedrón, que flanquea el Monte
de los Olivos, y, subiendo por el collado Moriah, entraron
en Jerusalén por una de las puertas de Oriente, llegando
a la piscina de Betesda, donde se lavaron, refrescaron y
saciaron su sed.
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